domingo, 15 de abril de 2007

¡Qué rueden las Cabezas!

La cuestión se me ocurrió cuando una amiga me mostraba un par de fotografías recientes, en unas aparecía desde algunos ángulos un perro y a un metro más o menos su cabeza mostrando parte de su espina dorsal, en las otras otro perro con el cuerpo prácticamente despedazado por un auto (el perro aun daba signos de vida, lo que es estar en el momento preciso por casualidad). El caso es que me agradaron, le quedaron bien.

Eso sucedió: la muestra de fotos, hoy por la mañana.

De ahí pasé con mi familia, nada más encontré a dos de mis hermanos menores. Una viendo una película de Burton (una de sus favoritas desde los 5 años, actualmente tiene 8) y el otro jugando PS2.

Entonces la suma queda así:

Perro sin cabeza asomando la espina dorsal + perro agonizando con el cuerpo despedazado + Sleepy Hollow + El recuerdo de un programa con su toque amarillista = Frankenstein-Herbert West-Robert White, aderezado con un jinete haciendo rodar cabezas.

Frankestein: con retazos de cadáver cual diestro cirujano con la emotividad de un estudiante de corte y confección, da origen, da vida, crea vida en algo donde ya no existía tal. Su hazaña: un ser más complejo de lo que se supone, trágico y vengativo, sensible. Resultado: La criatura contra su creador y la autodestrucción. Ficción.

Herbert West: El reanimador de cadáveres animales y humanos, de extremidades también. Obsesionado. Buscando el retorno de la muerte a la vida. Su hazaña: Lo consigue. Animales y seres humanos sin consciencia resurgidos y bestiales, extremidades amorfas reanimadas, una cabeza por separado consciente. Resultado: Una horda de criaturas amorfas resurgidas de la muerte, con un líder al mando, ambiciosas, conscientes. La destrucción del creador. Ficción.

Robert White: Neurocirujano, donde sus estudios y ambiciones lo llevan a una idea: trasplantar una cabeza, o mejor dicho, transplantarle un cuerpo a una cabeza. Como resolución inmediata: la respuesta a problemas cuadrapléjicos y similares. Como algo muy soñar y muy ambicioso, suponiendo que la fuente de vida es el cerebro y que si el cuerpo no caducará tan pronto duraría más: una vida prolongada que se basa en desechar contenedores (cuerpos). Su hazaña: en breve: despojar a un mono de su cabeza y ponérsela a otro, obteniendo como respuesta: que el mono en su nuevo cuerpo despertase con todos sus sentidos, podía escuchar, ver, “moverse” (abrir la boca, balbucear, parpadear, etc.), sentir y oler, pero sin control del cuerpo, un cuerpo inmóvil. Obviamente después murió. Resultado: del prestigio que tenía le quedó poco, fue tachado de anti-ético e inmoral, de un Frankenstein moderno, quedando marcado por mucho tiempo. Criticado por expertos en el tema, y calificado de aborrecible. Realidad.


¿Qué será más deseable, que un cuadrapléjico tenga un nuevo cuerpo, o que nuestro cerebro sea trasplantado a un nuevo cuerpo para perdurar más?

¿Suena a pretexto el "cambio de cabeza" para ayudar a una persona cuadrapléjica cuando es más sencillo investigar y estudiar más para poder repara el daño en la médula?

Cosas para jugar.

sábado, 14 de abril de 2007

Sonido y Furia


Amaba no el cuerpo de su hermana, sino algún concepto de honor familiar y (él lo sabía bien), temporalmente suspendido en la frágil y diminuta membrana de su virginidad, semejante al equilibrio de una miniatura en la inmensidad de la esfera terrestre sobre el hocico de una foca amaestrada. Quien amaba, no la idea del incesto que no cometería, sino algún presbiteriano concepto de su eterno castigo: él y no Dios, podría arrojarse a sí mismo y a su hermana al infierno, donde eternamente podría protegerla y cuidarla para siempre jamás, invulnerable ante las llamas inmortales. Él que sobre todas las cosas amaba la muerte, y que quizá sólo amaba a la muerte, amó y vivió con deliberada y pervertida curiosidad, tal y como ama un enamorado que deliberadamente se reprime ante el prodigioso cuerpo complaciente, dispuesto y tierno de su amada, hasta que no puede soportarlo y entonces se lanza, se arroja, renunciando a todo, ahogándose.

William Faulkner